martes, abril 23, 2024

Educación superior gratuita, ¿Acierto o error de AMLO?

Por Siegfried Hitz

¿Es viable, es conveniente y es necesario?

Coincido con pocas de las propuestas de López Obrador. Debo reconocer que este planteamiento es de gran trascendencia y luce visionario. Lo aplaudo. Sí, pero aclaremos.

ÁMBITO EDUCATIVO

 

Ha anunciado su intención de hacer la educación gratuita a todos los niveles. Si ya lo era constitucionalmente para la educación obligatoria, que va de la primaria hasta la preparatoria, su innovación realmente consiste en extender la gratuidad a la educación superior, lo que sin duda implicaría una importante inversión adicional del presupuesto federal.

El plan parecería limitarse a las instituciones públicas de educación superior, que es el ámbito de competencia del poder ejecutivo que él encabezará. Pero aquí lo importante son los cómos.

La mayoría de las universidades públicas estatales o autónomas, ya son gratuitas o muy baratas. La UNAM, en apoyo a AMLO, estudia cómo ampliar sus cupos de alumnos. Así que la tarea adicional que implica, sería hacer gratuitas a las universidades privadas, lo que no parece haber sido la idea de AMLO. Pero no estaría mal, siempre que se respete la inversión privada escolar que la Constitución protege y se mantuviera la competencia por la calidad de la educación. ¿Hay contradicción? ¿Es posible?

Imaginemos por un momento que todas las universidades son gratuitas o bien cobran una misma y única colegiatura, para eliminar de nuestro análisis el dinero y que no se considere un factor de elección para los estudiantes. Así, seleccionarían la Universidad que por su prestigio les garantizara una mejor formación (sin dejar de ver razones como ubicación o relaciones personales). En este escenario la competencia entre universidades, públicas o privadas, elevaría la calidad de la oferta educativa pues quien no la ofreciera se quedaría con pocos alumnos y acabaría cerrando sus puertas por incosteable, a menos que los recursos públicos las subsidiaran. Mala cosa sería.

Como ejemplo, la UNAM, la UAG o el IPN, que hoy a más de gratuitas o casi, son en muchas carreras las mejores escuelas. ¿Cómo hacerlas competir con el TEC de Monterrey, el ITAM o la Ibero? Bajo las reglas actuales no es posible. Sólo los más ricos o algunos becados asisten a las privadas y no son necesariamente mejores. Es la educación selectiva y privilegiada contra la pública económicamente accesible, financiada por el presupuesto oficial.

El costo por alumno graduado de las universidades públicas ha sido, por años, más elevado que en las privadas. Suponiendo que las públicas de todo el país dejaran de recibir subsidio oficial, tendrían que calcular colegiaturas según sus costos, pero se harían competitivas ¡en términos de mercado! ¿Cómo las pagarían los estudiantes que carecen de mayores recursos? Existe una forma.

Si reunimos el presupuesto de educación superior y, en vez de entregarlo directamente a las instituciones, lo destinamos a becas para todos los estudiantes que alcancen un promedio mínimo de calificaciones en el período previo, v.gr. ocho u ocho y medio, renovable en cada período trimestral mientras mantengan ese promedio.

Si hubiese la decisión de despolitizar el sistema, con un reducido costo de administración, apoyado en programas de cómputo y poco personal, la aplicación de los recursos seguiría llegando a las universidades públicas, pero ahora a través de las becas. Y podrían sumarse la adicional inversión pública más los ahorros en la administración que asigna y controla hoy esos recursos. Más aún, las becas que voluntariamente el sector privado deseara aportar, como lo viene haciendo de tiempo atrás. El monto podría ser muy atractivo.

Los estudiantes tendrían la motivación de superar así su nivel de aprovechamiento, preparándolos mejor en conocimientos y en actitud de superación. Y adicionalmente se generaría el aliciente para los capitales de invertir en una actividad lucrativa y de alto beneficio social al ampliar la base de profesionistas que requerirá México en el próximo futuro.

La competencia abierta entre todas las universidades elevaría la calidad de su enseñanza. Pero estimularía a más inversionistas en una actividad lucrativa con alto beneficio social. Ello ampliaría la base de profesionistas que requerirá México en el próximo futuro. Si realmente estamos en medio de un cambio profundo, ya es tiempo de mandar al basurero el fantasma de la “perversa privatización”.

ESTRATEGIA DE DESARROLLO

 

Los procesos productivos que utilizaban la mano de obra física se concentraban históricamente en

actividades primarias que explotan la naturaleza y secundarias que transforman esos productos. Los acelerados avances tecnológicos que automatizan y robotizan los procesos productivos han desplazado la ocupación del ser humano a los servicios, es decir, actividades terciarias.

 

La tendencia es vertiginosa. En sólo 26 años, las actividades primarias y secundarias que en 1991 generaban dos tercios de los empleos del mundo, en 2017 se redujeron a sólo 49%, menos de la mitad.

 

Las actividades terciarias, representan hoy 51% de los empleos. En México, país en desarrollo, es 61%, y en los países desarrollados se eleva hasta 70 u 80%.

 

¿Y esto qué tiene que ver con la educación? La respuesta es simple.

 

Si la ocupación de mano de obra operativa se está reduciendo precipitadamente, las próximas generaciones requieren estar preparadas para el sector de servicios que demanda mayor escolaridad. Y no en cualquier tema, sino especialmente en aquellos que están surgiendo derivados de las nuevas tecnologías, como la informática, mecatrónica, biotecnología o la logística.

 

Requerimos cada día más y mejores profesionistas. La educación superior es el eje del futuro desarrollo y competitividad de México. Cualquier inversión en este renglón será poca, por tanto, debe hacerse altamente eficiente y redituable. Es un tema para auténticos sacrificios y esfuerzos y no condenar así el futuro de nuestros nietos.

No queremos mexicanos marginados. No queremos universidades públicas politizadas. Queremos un México de primer mundo. Ningún otro renglón presupuestal resulta más estratégico.

AMLO tiene razón, hay que hacer muy accesible y masiva la educación superior. Pero, además, eficiente y competitiva.

Nos jugamos auténticamente el futuro.

 

 

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