viernes, abril 19, 2024

DEVALUACIÓN DE LOS VALORES

Hugo Rodríguez Barroso.

 

En mayo de 1999 organicé una segunda expedición al Everest formada exclusivamente por mexicanos. En aquél entonces no estaba tanto de moda el combinar el deporte con campañas sociales. Pero era uno de mis propósitos, el tratar de promover algún tema que evitara que el desarrollo de nuestro país siguiese frenado – desarrollo integral y sobre todo cívico-. En la medida de mis posibilidades, pero hacer algo, aunque fuese una gota en un océano, pero hacer algo. Porque siempre solo hablamos y criticamos, pero no hacemos nada.

 

Así que luego de una reflexión sobre los problemas económicos y sociales de México, llegué a la conclusión, como la mayoría de los mexicanos, porque en esto sí coincidimos y estamos de acuerdo, que el problema principal era la educación y con ella la devaluación de los valores: de los valores universales, de los valores que determinan la actitud positiva entre las personas y la adaptación al cambio para procurar la sana convivencia en comunidad, para evitar que cada quien jale por su lado y, en última instancia, para alcanzar la felicidad individual y familiar. Nada más que eso.

 

Fue pues que le puse un slogan a mi segunda expedición: “Por el rescate de nuestros valores y la unión de los mexicanos”. Algo largo que cualquier publicista me criticaría, pero, qué más, eso expresaba desde mi sentir el problema de raíz que sufríamos todos los mexicanos y sin excepción. Además se trataba de 1999, antes del inicio del nuevo milenio, en plena época de cierre de uno de los siglos de mayor confrontación armada en la Historia Universal, habían sucedido dos guerras mundiales, la guerra fría y muchos conflictos armados y no armados de enorme impacto. Era la culminación de un siglo lleno de flagelos sociales que habían rebasado “la humanidad” de la raza humana. El cierre de un siglo que representaba a un milenio en el que grandes avances científicos y tecnológicos se habían atestiguado, pero en el que también se había observado y padecido lo más inhumano del ser humano.

 

Hacia el fin de ese siglo, de ese milenio, algunos pensadores decían y con toda razón que la “ciencia no tiene la filosofía que merece.” ¡Qué palabras tan fuertes! ¡Qué palabras tan desalentadoras! Pero ciertas.

 

Hoy ya transcurrió la primera década y media del nuevo milenio, de este milenio de hipotéticos avances y desarrollo, de progreso y justicia social. Y estamos atravesando el primer semestre del 2017. En retrospectiva, alguien hubiese pronosticado o cuando menos imaginado, que para el 2017 la raza humana viviría en una época de excepcional avance humano y no solo tecnológico, de justicia social, de educación progresista basada en el conocimiento científico pero sobre todo de sensibilidad humana y más, ¿por qué no? De todo lo bueno.

 

Pero en cambio, todo es contrario a lo imaginado. Y no digo más, mejor les dejo unas preguntas para hacer comunidad virtual: ¿La raza humana ha cambiado para bien? ¿Somos los humanos realmente humanos? ¿La presente década y el presente siglo son acaso muy diferentes a los anteriores? ¿Son mejores?

 

Los valores son los principios, conocimientos y experiencias que moldean el perfil ético del ser humano, que promueven la calidad y excelencia de nuestros actos, con el único fin de alcanzar la sabiduría y la felicidad. Son los valores la fórmula para combatir la negligencia, la mediocridad, la corrupción y la violencia; pero también para gozar de nuestras vidas, alcanzar la felicidad y la trascendencia.

 

Valores, que no ideas relacionadas con posiciones radicales de moralidad, ni con creencias religiosas de ningún tipo, ni con estilos obsoletos de conducta, ni con aspectos de sexualidad o de interés político. Tampoco los “valores” como una figura aislada de las que se mencionan en los discursos de los políticos ni como una “palabrita” publicitaria que exhibe a un manipulador atrapado en un vacío de mente.

 

Sino los valores relacionados con el cambio de actitud. Los valores que son una oportunidad para vivir y no para pasarla viviendo, esos valores que no dependen de ciclos o modas, los mismos valores que son comunes entre todos nosotros, los que cualquier ser humano debe tener.

 

Ciertamente los valores constituyen el elemento determinante para lograr lo que deseamos en la vida, para alcanzar la felicidad, para hacer por los demás, para convertirnos en ciudadanos dignos de nuestras Naciones y en verdaderos patriotas del mundo.

 

Es a cerca de los mismos valores que hemos aprendido de nuestros padres, quienes normalmente nos dan las primeras lecciones y afectos de vida, que nos dan amor; de nuestros abuelos que con nobleza y paciencia nos han dedicado su tiempo más valioso; de los héroes de nuestros países y de muchos desconocidos que sacrificaron sus vidas por construir Naciones con mejores oportunidades para las nuevas generaciones; de aquellas personas que tuvieron un ideal y lucharon por él; de nuestros maestros y compañeros, jefes de trabajo y colegas, subalternos, vecinos y amistades, de la gente con la que vivimos.

 

​Termino con esto, un ejemplo que observé, hoy mismo, antes de escribir este artículo: un joven sentado afuera de un local de helados en una plaza comercial, acompañado de su madre o abuela (no lo sé porque él como de 25 y ella como de 60 años). La mujer sólo lo mira y él come su helado. Al terminar el joven con el helado, ambos se levantan y ella, sin percatarse, deja caer una pequeña bolsa de plástico al tiempo que se aleja de la mesa. En ese momento el joven le truena los dedos y le señala en seguida con un dedo lo que tiró, justo al borde de su pie derecho que casi toca esos dedos jóvenes y llenos de energía metidos en un tenis algo sucio. Me pregunto si debo avanzar esos tres metros de distancia para ayudar a la señora, pero la mujer se regresa, se agacha lentamente arqueando las piernas, con esfuerzos, al tiempo que sostiene tres bolsas de mandado y recoge lo que tiró.

 

Hasta ahí mejor lo dejamos.

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