Francisco Gómez Maza
- Para controlar la inflación hay que controlar la avaricia
- Nomás que los adoradores del becerro de oro se aterran
A los líderes de las cúpulas empresariales les preocupa (están aterrorizados) que el modelo económico de López Obrador no sea fondomonetarista, sino que siga los parámetros de los gobiernos del populismo priista anterior al reinado del neoliberalismo, que (el neoliberalismo-fondomonetarismo) privilegia la ganancia estratosférica del capital por encima de la depauperación del salario y de la vida de los trabajadores.
Tales potentados empresarios están tan uncidos a los designios del espíritu de Washington y a la religión de los Gemelos de Bretton Woods que, cuando hablan de inflación, acusan que ésta se produce siempre que haya demasiado dinero de todo tipo en la economía, El Fantasma de la Ópera se torna en personaje de Disney, y el casi ya olvidado Rico Mc Pato ejerce, entonces, los roles de secretario o ministro de hacienda, gobernador del banco central y dibujante de la curva de Gini.
En México (y lo saben; sólo que hacen como el tío lolo), pese al control del circulante, hay inflación (como en toda economía). Nomás que aquí es galopante, aunque no lo reconozca el gobernador del banco central ni el presidente del INEGI. Este año pasado (2017) ha llegado hasta el 7 por ciento, según las cuentas oficiales; en opinión de la señora de la casa, está incontenible y le carcome exponencialmente sus exiguos ingresos.
Pero quedémonos con las cuentas oficiales. El crecimiento de los precios estuvo y está muy por encima de lo pronosticado por los futurólogos del Banco de México, a pesar del control del circulante monetario. Y aunque, el Inegi celebra (wishfull thinking) una desaceleración no esperada en el primer trimestre de 2018, aún está por arriba del objetivo del banco central, que es de 3 por ciento.
Curiosamente, las autoridades monetarias apagan la imprenta de fabricar billetes y los moldes para acuñar monedas; controlan el mercado financiero, y la inflación no cede en la economía real. Puede ser controlada en las hojas de cálculo de los econometristas del Inegi o del Banco de México, pero en el mercado real, ese que está a seis cuadras de la casa, la inflación carcome la vida de los pobres, que son la inmensa mayoría de la población.
Por ello, a mí me cuadra ese axioma que dice que la inflación es el impuesto que pagan los pobres, depauperándose exponencialmente. Lo comprobamos fácilmente. Los pobres pululan en las grandes ciudades, sobre todo, donde se aglomeran para buscar algo de alimentos, tan solo para el día.
Y no he tomado en cuenta los gasolinazos que, contra la opinión oficial, desbarajustan la economía y disparan los precios de todo, como lo pueden atestiguar las economistas de la casa, que cada día ven cómo se hace chiquito su poder de compra ante la avaricia de los agentes del capital.
Entonces, esto significa que no es el circulante monetario la causa principal del aumento constante y sostenido de los precios. Y estando en desacuerdo con los admiradores del FMI, tengo que volver los ojos al economista británico, John Maynard Keynes. Conste que aún no he conversado (ni los conozco) con los economistas que modelan la política económica que aplicaría el tabasqueño, en dado caso de que gane la elección el primero de julio venidero.
Pero los empresarios, como el presidente del Consejo Coordinador Empresarial, Juan Pablo Castañón, tienen un robot que espía a tales economistas, por lo que están aterrados de que el nuevo presidente sea como el presidente de infeliz memoria, para mí, Luis Echeverría Álvarez, o el autodenominado “Último presidente de la Revolución”, José López Portillo, los populistas que antecedieron al populismo fondomonetarista y neoliberal, cuyos representantes asaltaron el poder gubernamental con el mandato de construir un modelo tan sólo para privilegiar a los detentadores del capital.
Keynes explica la inflación a través de tres elementos que generan una subida de precios. Estos tres elementos son el tirón de la demanda (inflación de demanda), el empuje de los precios (inflación de costos) y la inflación estructural. Cuando la demanda agregada es mayor a la oferta disponible, el precio tiende a subir.
La inflación debida al aumento de costos de producción ocurre cuándo los productores suben los precios de sus productos en respuesta a una subida en los costes de producción. Esta subida en los costes puede deberse a muchos motivos: materias primas más caras, subidas salariales de los empleados, subidas de impuestos, entre otros. Estos mayores costos para las empresas son pasados finalmente a los consumidores. La inflación empujada por los costos también se da en situaciones de monopolios y oligopolios en las que unas pocas empresas dominan el mercado y pueden decidir subir los precios para aumentar los beneficios.
La inflación estructural es la que incorpora subidas previas en los precios por cualquier motivo, ya sea por un aumento de la demanda o por un aumento en los costos. Si la población piensa que los precios seguirán subiendo comenzarán a demandar subidas salariales. Estas subidas salariales suponen un incremento en los costos de producción que son pasados a los productos finales y se produce así un ciclo de inflación.
Pero en el fondo de la inflación está la avaricia. El deseo irrefrenable de enriquecimiento fácil y rápido, a costa de los trabajadores. Y entonces se aplican las leyes de la necesidad y del abuso.
analisisafondo@gmail.com